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CARLOS GIGENA SEEBER: EL LEGADO

Se cumplen en estos días, dos años de la partida de Carlos. Dos años de una inmensa ausente presencia. No está, pero está, porque su esencia perdura. Siempre sumaba: con una observación, con una reflexión, con un consejo, con una crítica, con su PUJANZA y VOLUNTAD, sí… con mayúsculas. Somos muchos los huérfanos de Carlos, pero somos muchos los portadores de su llama. Hacerse estas preguntas “¿Qué diría mi papá?”, “¿Qué diría mi amor?” “¿Qué diría el jefe?” basta para entrar en un diálogo interno con él, y encontrar el camino.
Me pidieron que escriba estas líneas y que fuera desde la alegría, y entiendo que es necesario y lo intentaré; pero sepan que para un amor tan grande e incondicional no bastan dos años de lágrimas. Le esquivé varios días a la hoja en blanco, preguntándome y preguntándole qué debería escribir que pudiera representarlo y que a la vez fuera de interés para ustedes.
Carlos era patriota: amaba a esta vapuleada Argentina. Paradojalmente, no era devoto ni del mate, ni del fútbol, ni del tango, aunque sí del dulce de leche y de muchos de nuestros baladistas como Jairo y Lerner. Esto puede parecer una nota de color, pero no, porque estamos llenos de expresiones de patriotismo mediocre: “por la camiseta”, “por los colores de la patria”, para justificar actos vandálicos carentes de ética y cargados de odio.
Cuando hablo o escribo con orgullo acerca de mi padre, lo que más quiero recalcar es que su valor no fue nacer con inteligencia; su valor es haber decidido construir a partir de su inteligencia. ¿De qué sirve una inteligencia que solo se regodea en sí misma? Quisiera que Carlos inspirara a tantos otros. Nació en una familia de clase media con muchos problemas, no tuvo una infancia nada fácil, pero tuvo un sueño y trabajó duro para conseguirlo. Tuvo una gran oportunidad laboral para desarrollarse en Brasil. Una vida acomodada versus la lucha diaria por el peso. Lo analizó obviamente, pero apoyado por su amor, Paulina, decidieron que no era su sino.
Él creía en las mentes brillantes de nuestros investigadores y científicos. Fue formado en una Universidad Nacional donde enseñaban eminencias, donde la ciencia se regía por sus propias reglas y no por las de la política. Así la maldita noche de los bastones largos tiñó las aulas de oscurantismo y lo alejó de ellas.
Él creía en la Industria Nacional. ¿Por qué importar, siempre importar? Podemos hacerlo… y así nació su equipo de gases en sangre. Mirando afuera, pero reconociendo las necesidades propias: un mercado pequeño, grandes distancias, pocos recursos. “Hablamos su mismo idioma” es el leit motiv de su AADEE s.a. porque cada pueblo, cada mercado tiene su idiosincrasia, y él lo comprendía.
Él creía en el “KNOW HOW”, concepto que no solo abarca el conocimiento enciclopédico, sino que suma muchos otros condimentos como la experiencia y la maduración de ese conocimiento; y nos ilustraba con uno de esos cuentos maravillosos que te ayudaban a derribar las paredes de tus propios paradigmas. “Érase un reino próspero y sobre todo muy práctico, que había logrado un crecimiento tecnológico de avanzada. Tenían máquinas e implementos para todo y la gente los usaba a diario. Habían crecido y crecido en población, los viejos estorbaban. Por el bien de toda la comunidad, habría que eliminarlos y así sucedió, salvo en un caso en que el hijo se jugó su propia vida para esconder al padre anciano. Un poco más adelante, hubo una crisis que puso el reino patas para arriba, y cuando todo zozobraba el hijo insurrecto confesó la existencia de ese anciano, él único que pudo sacarlos adelante”.
Conocimiento y experiencia atraen oportunidades y los medios. ¿Podemos hacerlo? Sí, sí cada uno elige el camino de la EXCELENCIA, de la SUPERACIÓN. Sí, sí los que estamos en este camino le mostramos al resto que es más valioso aprender a PESCAR que mendigar pescado. Es un camino arduo, pero es el que hay que transitar.
Carina F. Gigena Seeber (texto dictado por la voz que me invade de mi padre, Carlos Gigena Seeber).